En un hallazgo que reescribe lo que creíamos saber sobre la orientación animal, un equipo de científicos ha descubierto que la polilla bogong, originaria de Australia, es capaz de usar el cielo estrellado —incluida la Vía Láctea— como guía durante sus migraciones. Se trata del primer invertebrado del que se tiene evidencia directa de navegación celeste, un mecanismo que hasta ahora solo se había documentado en aves, algunos mamíferos y seres humanos.

La protagonista de este descubrimiento es la Agrotis infusa, una pequeña polilla nocturna que cada primavera recorre hasta mil kilómetros en dirección a las Montañas Nevadas australianas. Allí permanece en estado de letargo durante el verano, oculta en cuevas oscuras. Pero lo verdaderamente fascinante no es solo su largo viaje, sino cómo logra orientarse: leyendo las estrellas con una precisión que sorprende incluso a los astrofísicos.

Un sistema de navegación estelar en miniatura

El estudio, liderado por el profesor Eric Warrant, de la Universidad de Australia del Sur, demostró en condiciones de laboratorio que las polillas bogong reaccionan de forma sistemática a patrones estelares. Cuando los investigadores simularon un cielo artificial y alteraron la disposición de las estrellas, las polillas modificaron su rumbo. Pero al desorganizar completamente los puntos de luz, perdían todo sentido de la orientación.

Esto sugiere que no se guían por la estrella más brillante, sino por configuraciones específicas del firmamento, incluida la banda luminosa de la Vía Láctea. Es decir, no solo ven las estrellas, sino que las interpretan.

Además, en noches nubladas o sin visibilidad celeste, las polillas activan un segundo sistema de navegación: el campo magnético terrestre. Este doble mecanismo —cielo y magnetismo— implica una arquitectura neurológica sofisticada. Los científicos han identificado neuronas especializadas que responden al ángulo entre el insecto y la bóveda celeste, funcionando como auténticas brújulas vivientes que ajustan el rumbo en tiempo real.

Una mirada hacia el futuro (y hacia la tecnología)

Este tipo de adaptación, poco común en invertebrados, ofrece nuevas pistas sobre la evolución de los sistemas de orientación en la naturaleza. Pero además, podría inspirar desarrollos tecnológicos: comprender cómo estas polillas navegan con tan poca luz podría ayudar a diseñar sistemas de navegación para drones o robots que operan sin GPS, especialmente en entornos remotos o bajo tierra.

Sin cielos oscuros, no hay rumbo

A pesar de lo asombroso del descubrimiento, hay una alerta urgente: las poblaciones de polillas bogong están disminuyendo rápidamente. Entre las principales amenazas se encuentran la pérdida de hábitat, el cambio climático y, sobre todo, la contaminación lumínica, que borra literalmente el mapa estelar del que dependen.

Sin cielos nocturnos oscuros, estas polillas no pueden orientarse. Y sin proteger sus rutas migratorias, su ciclo vital podría romperse. Ya han sido catalogadas como especie vulnerable, y su futuro está directamente ligado a la conservación del paisaje nocturno.

Como señala el profesor Warrant, “este estudio no trata solo de una polilla, sino de cómo los animales entienden su mundo”. Y también, quizás, de cómo los humanos, al iluminarlo todo, podríamos estar borrando señales esenciales que aún no aprendemos a descifrar.

Por Editorial

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